Lo más peligroso de la soledad no es el vacío, ni la
angustia, ni la desolación, ni el hastió. Lo más poderoso de esta fiel
compañera es su alto poder adictivo.
Al igual que toda adicción uno comienza sin estar muy
convencido, padeciendo alguno o gran parte de sus efectos, renegando de ella,
luchando, queriendo convencernos de poder dominarla. Hasta que terminamos
entregándonos por completo a sus manos, resignados.





