Lo más peligroso de la soledad no es el vacío, ni la
angustia, ni la desolación, ni el hastió. Lo más poderoso de esta fiel
compañera es su alto poder adictivo.
Al igual que toda adicción uno comienza sin estar muy
convencido, padeciendo alguno o gran parte de sus efectos, renegando de ella,
luchando, queriendo convencernos de poder dominarla. Hasta que terminamos
entregándonos por completo a sus manos, resignados.
Cuando creíamos que lo peor había pasado, de repente nos
encontramos envueltos entre sus punzantes y gélidos muros; queriendo correr a
ningún lugar, clamando por presencias que sabemos inertes, ahogándonos como pez
fuera del agua por la abundancia de oxigeno.
Abrumados con tanta propia presencia, decidimos aceptarla
como la mejor y única compañía, sentándonos en su mesa, a jugar su juego,
firmando tablas antes de comenzar.
Y así corren los días entre silencios que aturden y chistes
con olor extraño, que poco a poco nos empiezan a robar sonrisas.
De repente el vacío alrededor nos empieza a confortar con su
abrazo acogedor, y ya salir de allí en pos de rodearnos, por escasos momentos,
de personas que no han vivido jamás con ella y no nos entienden, se empieza a
tornar una molestia. Casi una tortura a la que nos negamos a ceder.
Así es como pasa de verdugo a “Cesar” piadoso en un abrir y
cerrar de ojos.
Y cuando creemos que lo peor ya pasó, entramos en la fase más
peligrosa: su disfrute pleno y la firme convicción de tener dominio sobre
ella.
Si hay algo que debemos aprender es que cuando comenzamos a
sentirnos demasiado cómodos con una situación, ese es el momento justo para
abandonarla. Caer en las fauces de una placentera zona de confort es el
pasaporte directo a la ruina del alma.
Pero, tanto nos costó aprehender de ella y ahora debemos
dejarla? Se produce aquí lo que he decidido llamar el “efecto espora”. El
proceso hasta acá fue largo, arduo y cruel, conocimos mucho sobre nosotros, lo
que nos permitió entender mucho sobre lo externo. Descubrimos que quizás no
haya mejor compañía que uno mismo. Y desistimos sobre aquella vieja y vana idea
de “no importa con quien, mientras sea con alguien”.
Este es el momento en el que aparece un tercero en discordia
que nos ha estado siguiendo los pasos y observando cada etapa desde cerca, y
decide intervenir en esta majestuosa
armonía que logramos. Se entromete y lo único que quiere es separarnos
de nuestra fiel amiga. Al fin y al cabo todos sabemos que las relaciones
adictivas no son sanas.
La negación es nuestra primer y esperada reacción. Pero el
tercero insiste en rescatarnos y va cambiando de estrategias como un camaleón,
hasta que logra que cedamos a él y nos mete directo a rehabilitación intensiva.
Ya dicen que una sobredosis de amor es el mejor antídoto. Nuestro interventor
vino bien armado de este elixir, y trae consigo una carga extra de paciencia.
Sabe bien que luego de cualquier rehabilitación de una droga tan poderosa,
puede haber recaídas.
Lo más peligroso de la soledad no son lo fuertes latigazos
del principio.
Lo más peligroso de ella es llegar a estar dispuesto a
renunciar de por vida a cualquier otra compañía.
Lo más peligroso de la soledad es llegar a amarla tanto como
para elegirla hasta que la muerte nos separe.
Mag

No hay comentarios:
Publicar un comentario